miércoles, 28 de marzo de 2012

Una mañana perdida

Sube el último tramo de la pirámide y ya enfrenta la plataforma de madera. Son las 11.58am. La ascensión fue tediosa, el calor, molesto, la luz del día deslumbra en exceso a esos ojos acostumbrados a la suavidad de la iluminación de un despacho. La gente forma sin orden, sube a trompicones. Demasiada algarabía que le distrae de sus pensamientos. La venta es importante y la estrategia tiene que estar bien planeada, no puede escaparse un cliente más, y debe tener claro cada movimiento, pero otro empujón lo saca de nuevo de su concentración. Prende un cigarrillo tan rápido que cualquiera diría que apareció en su boca por arte de magia. Quizás lo relaje.

Dejó las visitas de aquella mañana del 21 de marzo aplazadas para poder tomársela libre y cargarse de energía. Sin embargo, empezaba a pensar que aquello no había sido una buena decisión. No es que fuera muy creyente, en casi nada, excepto en su trabajo y en él mismo, pero ya no aguantaba más estrés. Durante los dos últimos años, desde el ascenso, había trabajado más duro que nunca, y todo aquel esfuerzo había tenido su recompensa en forma de una abultada nómina. Por contra, apenas veía a su familia con regularidad, salvo en los desayunos, los cuales se habían convertido en una especie de postal donde contemplar lo que se tiene, lo que uno quiere conseguir, una bonita familia, lindos hijos uniformados dispuestos a ir a una escuela de renombre y linda esposa, con la que no vas a dirigir más de quince palabras en la mañana, en la cocina de una enorme casa con jardín. Tanta carga de trabajo había empezado a hacer mella en su entereza y, aunque el influjo de las pirámides fuera un mito, seguro una mañana de libertad le sentaría de maravilla. Pero multitud de empujones y de gritos estropeaban su concentración de nuevo y su aparente calma. "Una mierda", pensó. El efecto de aquella escapada no estaba siendo el esperado. Sea como fuere, un par de pasos más y se encontraría fuera de aquella estupidez.

El cigarrillo aún ha tardado menos tiempo en desaparecer. Levanta el pie izquierdo y al apoyarlo se encuentra pisando la cima. Sólo quiere pasar el trámite rápido y marcharse. Una niña que se encuentra formada justo detrás mueve su mano alrededor de la suya con intención de agarrarle. No puede avanzar más rápido mientras que las personas que tiene delante no continúen. Está con sus dos pies en lo más alto de la pirámide, son las 12.00pm del 21 de marzo de 2012. La niña busca su mano con la suya insistentemente de nuevo, emocionada, pues apenas se agarre podrá pisarla también. La gente grita y grita, el sol ciega. De repente, la niña consigue tomar su mano y la jala despacio hacia sí, para ayudarse a subir, mira hacia arriba, a su cara, a sus ojos. Mira hacia abajo y encuentra la mirada de la niña que le ase. Su tacto es suave, agradable, sorprendente, todos los pensamientos se han esfumado. Cruza sus ojos con los de la niña en una mirada transparente que parece interminable, y sólo ve pureza en dos pupilas como azabaches que acompañan a un rostro lleno de felicidad. Va vestida de blanco, como todos, y todos sonríen también. Mira hacia el cielo, que es azul, ese azul maravilloso que sólo ves cuando realmente ves el cielo, y la temperatura es tan agradable como el día que de veras sientes la temperatura tan agradable que hasta la disfrutas. La multitud ha dejado de ser un bulto incómodo de camino a la cima, tiene caras, gestos, está alegre, muchos alzan sus manos hacia el sol. Todo es contagioso, hasta el punto de sentir la necesidad de levantar los brazos también, y de reír, y de disfrutar el momento. Una sensación fresca recorre todo su cuerpo y se le eriza el vello. Carga a la niña y se funde con ella en un fuerte abrazo. Son las 12.02pm y tiene los pies sobre la plataforma de salida, sigue cargando a la niña, que no para de sonreír. Su familia atraviesa su mente sobre un pensamiento profundo que toca su corazón, y el día se hace aún más maravilloso. Agarra el teléfono y busca un número en la agenda. No, lo sabe de memoria. Marca. “¿Bueno?” se escucha del otro lado. “Soy yo”, responde, “sólo llamaba para decirte lo mucho que te quiero”.

Gracias al Taller literario "Las Huertas 107".

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