Sube el último tramo de la pirámide y ya enfrenta la plataforma de madera.
Son las 11.58am. La ascensión fue tediosa, el calor, molesto, la luz del día deslumbra
en exceso a esos ojos acostumbrados a la suavidad de la iluminación de un
despacho. La gente forma sin orden, sube a trompicones. Demasiada algarabía que
le distrae de sus pensamientos. La venta es importante y la estrategia tiene
que estar bien planeada, no puede escaparse un cliente más, y debe tener claro
cada movimiento, pero otro empujón lo saca de nuevo de su concentración. Prende
un cigarrillo tan rápido que cualquiera diría que apareció en su boca por arte
de magia. Quizás lo relaje.
Dejó las visitas de aquella mañana del 21 de marzo aplazadas para poder
tomársela libre y cargarse de energía. Sin embargo, empezaba a pensar que
aquello no había sido una buena decisión. No es que fuera muy creyente, en casi
nada, excepto en su trabajo y en él mismo, pero ya no aguantaba más estrés. Durante
los dos últimos años, desde el ascenso, había trabajado más duro que nunca, y
todo aquel esfuerzo había tenido su recompensa en forma de una abultada nómina.
Por contra, apenas veía a su familia con regularidad, salvo en los desayunos,
los cuales se habían convertido en una especie de postal donde contemplar lo que
se tiene, lo que uno quiere conseguir, una bonita familia, lindos hijos
uniformados dispuestos a ir a una escuela de renombre y linda esposa, con
la que no vas a dirigir más de quince palabras en la mañana, en la cocina de
una enorme casa con jardín. Tanta carga de trabajo había empezado a hacer mella
en su entereza y, aunque el influjo de las pirámides fuera un mito, seguro una
mañana de libertad le sentaría de maravilla. Pero multitud de empujones y de
gritos estropeaban su concentración de nuevo y su aparente calma. "Una mierda",
pensó. El efecto de aquella escapada no estaba siendo el esperado. Sea como
fuere, un par de pasos más y se encontraría fuera de aquella estupidez.
El cigarrillo aún ha tardado menos tiempo en desaparecer. Levanta el pie
izquierdo y al apoyarlo se encuentra pisando la cima. Sólo quiere pasar el
trámite rápido y marcharse. Una niña que se encuentra formada justo detrás
mueve su mano alrededor de la suya con intención de agarrarle. No puede avanzar
más rápido mientras que las personas que tiene delante no continúen. Está con sus
dos pies en lo más alto de la pirámide, son las 12.00pm del 21 de marzo de 2012.
La niña busca su mano con la suya insistentemente de nuevo, emocionada, pues
apenas se agarre podrá pisarla también. La gente grita y grita, el sol ciega.
De repente, la niña consigue tomar su mano y la jala despacio hacia sí, para
ayudarse a subir, mira hacia arriba, a su cara, a sus ojos. Mira hacia abajo y
encuentra la mirada de la niña que le ase. Su tacto es suave,
agradable, sorprendente, todos los pensamientos se han esfumado. Cruza sus ojos
con los de la niña en una mirada transparente que parece interminable, y sólo
ve pureza en dos pupilas como azabaches que acompañan a un rostro lleno de
felicidad. Va vestida de blanco, como todos, y todos sonríen también. Mira
hacia el cielo, que es azul, ese azul maravilloso que sólo ves cuando realmente
ves el cielo, y la temperatura es tan agradable como el día que de veras
sientes la temperatura tan agradable que hasta la disfrutas. La multitud ha
dejado de ser un bulto incómodo de camino a la cima, tiene caras, gestos, está
alegre, muchos alzan sus manos hacia el sol. Todo es contagioso, hasta el punto
de sentir la necesidad de levantar los brazos también, y de reír, y de disfrutar
el momento. Una sensación fresca recorre todo su cuerpo y se le eriza el vello.
Carga a la niña y se funde con ella en un fuerte abrazo. Son las 12.02pm y
tiene los pies sobre la plataforma de salida, sigue cargando a la niña, que no
para de sonreír. Su familia atraviesa su mente sobre un pensamiento profundo
que toca su corazón, y el día se hace aún más maravilloso. Agarra el teléfono y
busca un número en la agenda. No, lo sabe de memoria. Marca. “¿Bueno?” se escucha del
otro lado. “Soy yo”, responde, “sólo llamaba para decirte lo mucho que te
quiero”.
Gracias al Taller literario "Las Huertas 107".
Gracias al Taller literario "Las Huertas 107".